Los días traen largos
calurosos atardeceres
como un horno
y voy recogiendo mis velas.
No sé si serán las
mejores sonrisas
las que apacigüen
este bochorno o
las anchas sombras
que despliegan
tus delicados hombros.
Si camino
rozo con los dedos
tu contorno bronceado.
Allí continúas remando en
las olas.
Sigo mi deambular
dejando atrás el barco
en ese puerto
donde tus negros cabellos
pintan brunos corales.
Hay caballitos de
mar
nadando en tus ojos.
Está tan quieta
esta canícula.
Me levanto audaz dejando
huellas
en la orilla que se
van, haciéndose
tan corto el
tiempo.
Acarician el espacio tus
pestañas
y sale de tus
pupilas un dulce soplo,
brisa que calma esta
levedad.
Chapotean las
orillas mis pies
y vuelven al fondo los
peces.
Como una imagen se hace
eterno
el temporal de mil soles
en un abandono febril.
Y aunque quiera pincelar
tus mejillas,
dejando el día en un foso, se van.
Y
duermen los párpados añorando
el otoño.