¿Quién podrá decir que amará a la Señorita Yvaine?
No soy un duque blanco
ni me visto como un camaleón,
y el día que no se abría la puerta
no había amanecido y años después
harían su nido las urracas con su traje blanco y negro.
No sabía que me alegraría la vista y el alma,
ni que su tono monótono y naíf despertaría mis sentidos
cuando la Señorita Yvaine cantara en sus vocales
una canción de tristeza y de decepción interrumpida
por las palabras perdidas en cada pulsión
que pintaría lilas en los pómulos.
No sabía ella que los ganchos del apego
sabrían a caricias de polillas en el vientre
que incubaría la podredumbre del púgil
en amor disfrazado con engaño, y la Señorita Yvaine
confundiría con mariposas los apolillados vómitos
disfrazados de besos en la madrugada.
La Señorita Yvaine ha elegido la compañía del dolor
disfrazado de amor sin condiciones
condimentando de ilusión la factura del dentista.